Irene Zoe Alameda

Alex’s Strip now on Amazon (Worldwide), Amazon (Spain), Filmin and FlixOlé

Articles

  • Wednesday, 9 February, 2022

    The Gates Era and the Reinvention of Language

    Article published in:

    Cervantes Virtual

  • Saturday, 16 May, 2020

    Protester asking for the immediate reopening of Tennessee, USA, under the motto «Sacrifice the Weak».

    Todos sabemos que el virus COVID-19 a día de hoy tiene en el mundo más prevalencia que en marzo. Lo muestran los datos de contagios y muertes acumuladas. El virus no ha desaparecido, el ratio de contagios se mantiene estable o crece, la “sobremuerte” arroja cifras escalofriantes con respecto al mismo periodo del año anterior, y pese a ello las autoridades se adelantan a practicar una amnesia cerril y a reabrir la actividad ciudadana. De facto, se ha elegido sacrificar a los débiles para evitar el déficit económico, lo que nos obliga a entrar de lleno en un debate que lleva semanas planteándose de forma abierta en la política norteamericana: ¿es posible cuantificar el valor de una vida?

     

    La inmensa mayoría de los europeos respondería que no. Se trata de un tabú, y a priori no podemos explicarnos por qué no. La respuesta automática sería “porque no y punto”. Sin embargo, escuchamos a muchos gestores políticos de esta pandemia contradecir de manera impaciente sus propias directrices sanitarias, sin dar explicaciones más allá de algunos balbuceos, mentirijillas abstrusas, y soflamas en defensa de la Economía.

     

    Los actos de nuestros gobernantes hablan por sí solos, pero hay algunos en los EE UU que se han atrevido a decir a las claras que las vidas humanas tienen un precio y este precio es pagable en el contexto de la pandemia. El día 4 de mayo, el exgobernador de New Jersey, Chris Christie, instó a sus compatriotas a aceptar las muertes que vendrán tras una reapertura que se le antoja inaplazable. Diez días antes, el teniente gobernador de Texas, Dan Patrick, pidió a las personas mayores que se dispusieran a dar su vida por la economía del país.

     

    Los economistas Betsey Stevenson and Kip Viscusi, de las universidades de Michigan y Vanderbilt respectivamente, han estimado el valor actual de la vida humana en 10 millones de dólares, unos 9 millones de euros. Menos generoso es el cálculo de la Oficina de Gestión y Presupuesto de los EE UU, que la estima en unos 7 millones de dólares. No se niega que la vida humana sea algo precioso, pero se acepta que tiene un precio, como de hecho se hace para calcular riesgos, seguros de vida o indemnizaciones.

     

    El razonamiento inicial de que solo una sociedad sana podrá mantener una economía robusta se ha quedado obsoleto en apenas dos meses, y esto es así porque para algunos la estadística (esa nueva forma de verdad) ha demostrado que son los ancianos, los débiles y los enfermos de sedentario bienestar (diabéticos, hipertensos, obesos…) quienes tienen pocas opciones de supervivencia ante el virus, y no justifican la pérdida de empleos y de riqueza derivadas del encierro. Sus vidas, que son las “responsables” de la inviabilidad del sistema de pensiones y de la sangría del sistema sanitario, son las que irremediablemente se perderán a lo largo de los próximos meses de vuelta a la normalidad hasta que llegue la vacuna. No es cuestión de si se perderán o no. Se perderán a un ritmo mayor o menor, pero se perderán.

     

    Claro que, si entramos en esa discusión, el precio máximo sería el de una vida con su potencial laboral ante sí: la de alguien joven (mejor aún si se ha graduado). Y ese precio se devaluaría conforme la persona cumpliera años. Siguiendo esa lógica economicista, el valor de un jubilado sería negativo, porque solo consume recursos, y el de un niño no sería demasiado alto porque en él todavía hay que invertir.

     

    Es desde este cálculo desde el que Trump ha instado a sus simpatizantes a exhibir sus armas, para presionar a los estados demandando el libre movimiento de personas. Esos manifestantes, de raza blanca y provistos de rifles de asalto, escopetas y pistolas, sostienen que los medios inventan los números y portan carteles con el mensaje, a veces literal, de “Sacrifice the Weak and Bring Back our Jobs” (“Sacrifiquemos a los débiles y recuperemos nuestros empleos”).

     

    Ante este clima de coacción por parte de la cohorte de Trump, y con 44 estados retomando la actividad pese a tener contagios al alza, el gobernador de Washington (donde se registraron los primeros casos), Jay Inslee, se ha atrevido a mantenerse firme y a negarse a la reapertura precipitada de su estado, alegando que las personas mayores (él tiene 69 años) ni son prescindibles ni deben quedar desprotegidas.

     

    No obstante, la diatriba “la economía o la vida” es tan falaz como la de “el planeta o la economía”. Es falaz porque la economía es un constructo, mientras que el planeta, como la vida sobre él, preexisten a cualquier creación humana, ya sea la economía, el arte o la misma política. Dejarnos llevar por el espejismo de esa falacia conduce al desmoronamiento de nuestra estructura sociocultural, de nuestro ordenamiento jurídico y de nuestra seguridad, porque conlleva asumir que ninguna vida tiene un valor intrínseco e inalienable, sino solo supeditado a la estimación coyuntural que le quieran otorgar un puñado de políticos.

     

     

    Irene Zoe Alameda

    Escritora y directora de cine

    www.irenezoealameda.com

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    El Cotidiano

  • Friday, 7 February, 2020

    Poster of the movie El escándalo (Bombshell)

    Más de un mes después de su estreno en los EE UU llega a nuestras pantallas El escándalo, la película feminista y anti-Trump que Hollywood ha producido en la senda de un Me Too que no ha llegado a calar en España.

     

    Con tres grandes estrellas en el reparto - Charlize Theron, Nicole Kidman and Margot Robbie-, Jay Roach dirige una cinta técnicamente correcta a medio camino entre el docudrama y la comedia objetivista, siguiendo al pie de la letra el guion del fuertemente politizado Charles Randolph –La gran apuesta-. Destaca sin duda alguna Charlize Theron por su impoluta personificación de Megyn Kelly, una periodista de la extrema derecha caída en desgracia tras su enfrentamiento con Donald Trump al inicio de su campaña electoral de 2016.

     

    El escándalo ha tratado de aprovechar el éxito de la excelente mini serie de Netflix La voz más alta, si bien esta tuvo el acierto de contar la historia desde el punto de vista de Roger Ailes, el Rey Midas de la televisión que fue despedido al conocerse su grave trayectoria de acoso y abuso sexual en la cadena Fox. Pero donde la serie acierta, la película fracasa, al hacer bascular la historia sobre tres preciosas trabajadoras del canal, orgullosas mujeres objeto y hasta entonces representantes activas del antifeminismo.

     

    En efecto, son los tres personajes protagonistas tan egocéntricos en sus ambiciones y expectativas, que ninguna de sus tribulaciones llega a calar en el espectador. Es cierto que las tres sufren el machismo en toda su intensidad, pero no es menos cierto que únicamente se rebelan contra el orden establecido cuando dejan de disfrutar de sus viejas prerrogativas. No es la suya una lucha por la dignidad, sino un arrebato de rabia contra una situación infernal cuando –por un exceso de protagonismo, en el caso de Kelly; por envejecimiento en el de Carlson; por falta de inteligencia manipuladora en el caso de Pospisil- dejan de formar parte del fuertemente injusto círculo de las afortunadas.

     

    No importa cuán alta haya sido la nómina del reparto de El escándalo: su problema radica en el punto de vista. Por ello, el sufrimiento de tres mujeres objeto incapaces de entender que sus problemas son el resultado directo de la ideología que profesan solo puede dejar a la audiencia absolutamente indiferente. Incluso diría que hasta con una ligera irritación.

    www.irenezoealameda.com

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    Culturamas

  • Thursday, 6 February, 2020

    Cartel de la película El escándalo.

    Más de un mes después de su estreno en los EE UU llega a nuestras pantallas El escándalo, la película feminista y anti-Trump que Hollywood ha producido en la senda de un Me Too que no ha llegado a calar en España.

     

    Con tres grandes estrellas en el reparto - Charlize Theron, Nicole Kidman and Margot Robbie-, Jay Roach dirige una cinta técnicamente correcta a medio camino entre el docudrama y la comedia objetivista, siguiendo al pie de la letra el guion del fuertemente politizado Charles Randolph –La gran apuesta-. Destaca sin duda alguna Charlize Theron por su impoluta personificación de Megyn Kelly, una periodista de la extrema derecha caída en desgracia tras su enfrentamiento con Donald Trump al inicio de su campaña electoral de 2016.

     

    El escándalo ha tratado de aprovechar el éxito de la excelente mini serie de Netflix La voz más alta, si bien esta tuvo el acierto de contar la historia desde el punto de vista de Roger Ailes, el Rey Midas de la televisión que fue despedido al conocerse su grave trayectoria de acoso y abuso sexual en la cadena Fox. Pero donde la serie acierta, la película fracasa, al hacer bascular la historia sobre tres preciosas trabajadoras del canal, orgullosas mujeres objeto y hasta entonces representantes activas del antifeminismo.

     

    En efecto, son los tres personajes protagonistas tan egocéntricos en sus ambiciones y expectativas, que ninguna de sus tribulaciones llega a calar en el espectador. Es cierto que las tres sufren el machismo en toda su intensidad, pero no es menos cierto que únicamente se rebelan contra el orden establecido cuando dejan de disfrutar de sus viejas prerrogativas. No es la suya una lucha por la dignidad, sino un arrebato de rabia contra una situación infernal cuando –por un exceso de protagonismo, en el caso de Kelly; por envejecimiento en el de Carlson; por falta de inteligencia manipuladora en el caso de Pospisil- dejan de formar parte del fuertemente injusto círculo de las afortunadas.

    No importa cuán alta haya sido la nómina del reparto de El escándalo: su problema radica en el punto de vista. Por ello, el sufrimiento de tres mujeres objeto incapaces de entender que sus problemas son el resultado directo de la ideología que profesan solo puede dejar a la audiencia absolutamente indiferente. Incluso diría que hasta con una ligera irritación.

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    El Cotidiano

  • Friday, 6 September, 2019

    Poster of the movie Hotel Mumbai

    Siete años ha tardado Anthony Maras en dar el salto al largometraje después de su rutilante corto Palace, hasta el punto de que el francés Nicolas Saada se le adelantó con su notable Taj Mahal, también centrada en los salvajes ataques terroristas de Bombay de 2008, que acabaron con la vida de 170 personas.

     

    Siguiendo la senda explorada en su trabajo previo, Maras revive la cadena de atentados de manera poliédrica, desde numerosísimos puntos de vivencia que recogen no solo a las víctimas –unas se salvarán, otras no- y a los verdugos –auténticos imbéciles ignorantes y sanguinarios-, sino incluso también a las fuerzas del orden –personajes a medio camino entre la comedia ramplona y el drama heroico-, los (ir)responsables políticos y los rapiñeros medios de comunicación.

     

    Es precisamente a causa de ese intento megalómano de incluir información hasta más allá de lo narrativamente posible, que la película pierde la cohesión hasta quedar despojada de cualquier rastro de emotividad. De hecho, cuando en el último tercio del metraje se intenta crear impacto dejando morir a uno de esos personajes “compuestos” –no poseen correlatos absolutos en la realidad, sino que son construcciones de guion- lo que parecía un docudrama hiperrealista salta sin éxito al género del suspense de forma abrupta y casi desquiciante.

     

    Dicho esto, la cinta exhibe momentos de brillantez técnica, especialmente en las áreas de cámara, fotografía y etalonaje –a cargo de Nick Remy Matthews-, postproducción, y sobre todo diseño de producción, repartido entre Adelaida (Australia) y Bombay (India). Además, cuenta con un reparto internacional tan variado y caótico como sus premisas estructurales: el británico-indio Dev Patel -como humilde y heroico camarero sij-, el norteamericano Armie Hammer y la británico-estadounidense-iraní Nazanin Boniadi –como pareja mixta con un bebé y su nani de visita en el Taj Mahal Palace Hotel-, el británico Jason Isaacs –como millonario ruso adicto a la prostitución-, el indio Anupam Kher –como bondadoso y entregado jefe de cocina-…

     

    En términos generales, la cinta envuelve al espectador con una rara mezcla de exuberancia de súperproducción y toques de cine indie, y lo introduce en el desconcierto de la aterradora lotería de vida y muerte que supone cualquier ataque terrorista. Al concluir, no obstante, se siente una punzada de vacío que cabría atribuir tanto al absurdo evocado en la gran pantalla, como al fracaso que siempre supone una película que finalmente no cumple las expectativas.

     

    www.irenezoealameda.com

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    El Cotidiano

  • Friday, 6 September, 2019

    Poster of the movie Hotel Bombay

    Siete años ha tardado Anthony Maras en dar el salto al largometraje después de su rutilante corto Palace, hasta el punto de que el francés Nicolas Saada se le adelantó con su notable Taj Mahal, también centrada en los salvajes ataques terroristas de Bombay de 2008, que acabaron con la vida de 170 personas.

     

    Siguiendo la senda explorada en su trabajo previo, Maras revive la cadena de atentados de manera poliédrica, desde numerosísimos puntos de vivencia que recogen no solo a las víctimas –unas se salvarán, otras no- y a los verdugos –auténticos imbéciles ignorantes y sanguinarios-, sino incluso también a las fuerzas del orden –personajes a medio camino entre la comedia ramplona y el drama heroico-, los (ir)responsables políticos y los rapiñeros medios de comunicación.

     

    Es precisamente a causa de ese intento megalómano de incluir información hasta más allá de lo narrativamente posible, que la película pierde la cohesión hasta quedar despojada de cualquier rastro de emotividad. De hecho, cuando en el último tercio del metraje se intenta crear impacto dejando morir a uno de esos personajes “compuestos” –no poseen correlatos absolutos en la realidad, sino que son construcciones de guion- lo que parecía un docudrama hiperrealista salta sin éxito al género del suspense de forma abrupta y casi desquiciante.

     

    Dicho esto, la cinta exhibe momentos de brillantez técnica, especialmente en las áreas de cámara, fotografía y etalonaje –a cargo de Nick Remy Matthews-, postproducción, y sobre todo diseño de producción, repartido entre Adelaida (Australia) y Bombay (India). Además, cuenta con un reparto internacional tan variado y caótico como sus premisas estructurales: el británico-indio Dev Patel -como humilde y heroico camarero sij-, el norteamericano Armie Hammer y la británico-estadounidense-iraní Nazanin Boniadi –como pareja mixta con un bebé y su nani de visita en el Taj Mahal Palace Hotel-, el británico Jason Isaacs –como millonario ruso adicto a la prostitución-, el indio Anupam Kher –como bondadoso y entregado jefe de cocina-…

     

    En términos generales, la cinta envuelve al espectador con una rara mezcla de exuberancia de súperproducción y toques de cine indie, y lo introduce en el desconcierto de la aterradora lotería de vida y muerte que supone cualquier ataque terrorista. Al concluir, no obstante, se siente una punzada de vacío que cabría atribuir tanto al absurdo evocado en la gran pantalla, como al fracaso que siempre supone una película que finalmente no cumple las expectativas.

     

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    Culturamas

  • Friday, 30 August, 2019

    Luc Besson nos trae en Anna su blockbuster anual, una reformulación perfeccionada de la somnífera Gorrión Rojo, en casi dos horas de acción vertiginosa por parte de una preciosa muchacha rusa dando mamporros a cuantos varones se le cruzan por delante.

     

    El director, productor y guionista francés, autor de obras geniales como Leon: el profesionalNikita El quinto elemento, mantiene en esta nueva película el listón alto dentro de un género en el que se mueve como pez en el agua, y del que ha sido un gran innovador. 

     

    En esta ocasión no se ha complicado demasiado, pues echa mano de la receta que le situó en el Olimpo de los directores en el año 1990: chica joven caída en desgracia es redimida, enderezada y convertida en súper-asesina por un Pigmalión que, aparte de ser su viejo mentor, se convierte en un amante dispuesto a utilizar cuantas armas de extorsión le hagan falta para mantener controlada a su presa. 

     

    Desde los primeros minutos, en los que suena la música de Éric Serra, el compositor de cabecera de Besson, se tiene la certeza de que éste ha cogido su viejo guión de hace ya casi treinta años y se ha limitado a cambiar los nombres, los topónimos y algún que otro detallito: donde ponía Nikita ahora debemos leer Anna, y donde ponía Bob ahora pone Alex; ha sustituido Francia por Rusia; donde veíamos un robo en una farmacia, ahora asistimos a un robo en un cajero… Empeñado, como evidentemente estaba el director, en contar con la top model Sasha Luss para el papel protagonista, sabiamente supo compensar su inexpresividad y manifiesta inexperiencia con actores de la talla de Luke Evans, Cillian Murphy y Hellen Mirren.

     

    Y sin embargo, por muy evidente que sean sus trucos, nada entorpece el disfrute del film. Con un ritmo endiablado y una estructura perfeccionada en cuanto a tiempos por secciones narrativas se refiere, Anna es una lección de cine de entretenimiento, ese que tanto se agradece cuando se quiere pasar un rato divertido devorando un (carísimo) cubo de palomitas.

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    Culturamas

  • Thursday, 29 August, 2019

    Luc Besson nos trae en Anna su blockbuster anual, una reformulación perfeccionada de la somnífera Gorrión Rojo, en casi dos horas de acción vertiginosa por parte de una preciosa muchacha rusa dando mamporros a cuantos varones se le cruzan por delante.

     

    El director, productor y guionista francés, autor de obras geniales como Leon: el profesionalNikita El quinto elemento, mantiene en esta nueva película el listón alto dentro de un género en el que se mueve como pez en el agua, y del que ha sido un gran innovador. 

     

    En esta ocasión no se ha complicado demasiado, pues echa mano de la receta que le situó en el Olimpo de los directores en el año 1990: chica joven caída en desgracia es redimida, enderezada y convertida en súper-asesina por un Pigmalión que, aparte de ser su viejo mentor, se convierte en un amante dispuesto a utilizar cuantas armas de extorsión le hagan falta para mantener controlada a su presa. 

     

    Desde los primeros minutos, en los que suena la música de Éric Serra, el compositor de cabecera de Besson, se tiene la certeza de que éste ha cogido su viejo guión de hace ya casi treinta años y se ha limitado a cambiar los nombres, los topónimos y algún que otro detallito: donde ponía Nikita ahora debemos leer Anna, y donde ponía Bob ahora pone Alex; ha sustituido Francia por Rusia; donde veíamos un robo en una farmacia, ahora asistimos a un robo en un cajero… Empeñado, como evidentemente estaba el director, en contar con la top model Sasha Luss para el papel protagonista, sabiamente supo compensar su inexpresividad y manifiesta inexperiencia con actores de la talla de Luke Evans, Cillian Murphy y Hellen Mirren.

     

    Y sin embargo, por muy evidente que sean sus trucos, nada entorpece el disfrute del film. Con un ritmo endiablado y una estructura perfeccionada en cuanto a tiempos por secciones narrativas se refiere, Anna es una lección de cine de entretenimiento, ese que tanto se agradece cuando se quiere pasar un rato divertido devorando un (carísimo) cubo de palomitas.

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    El Cotidiano

  • Tuesday, 16 July, 2019

    Poster of the movie Apollo 11

     

    El día 20 de julio se celebrará la llegada del hombre a la luna, y por ello durante apenas cuatro días algunas salas españolas están proyectando la magnífica Apollo 11 de Todd Douglas Miller.

     

    Editada exclusivamente por el director a partir de más de 500 carretes de filme procedentes de 1969, gran parte de él rodado en 70mm por la NASA y digitalizado a lo largo de seis meses, la película constituye una cápsula temporal a través de la cual la audiencia se traslada a los nueve días que duró la misión, comenzando con el transporte del monumental cohete Saturn V a su lugar de lanzamiento, para meternos en la sala de control de la Tierra y en el interior de la nave Columbia y el módulo lunar Eagle, pasando por las afueras de Cabo Cañaveral y vivir en directoel lanzamiento escuchando las retransmisiones radiofónicas y televisivas bajo el calor, la euforia y la expectación de un momento único en la historia de la humanidad.

     

    Como buen documentalista, que a menudo reflexiona sobre el intenso esfuerzo que requiere la investigación, Douglas Miller no solo condensó todo el material visual en un primer corte de 24 horas, sino que buceó en más de 11.000 horas de audios y consultó con las familias de los astronautas, y sobre todo con los protagonistas aún vivos de la misión: Michael Collins y Buzz Aldrin. Ese esmero en la preproducción le ha permitido incluir preciosas e inéditas porciones de metraje y sonido (a cargo de Eric Milano), como los disímiles ritmos cardiacos de los astronautas y el singular punto de vista de Michael Collins.

     

    La película sobre todo subraya la magnitud del logro del alunizaje por una nave tripulada hace cincuenta años al hacer patente que, de entre todas las posibilidades, la de éxito era altamente improbable. Y, en consonancia con lo prodigioso del asunto que trata –el triunfo de una ciencia y técnicas primitivas a hombros de un enorme y complejo equipo humano- la experiencia cinematográfica que ofrece es extraordinaria y abrumadora. Con una calidad fotográfica casi indescriptible, con efectivas animaciones y con imágenes en pantalla dividida, al verla a veces olvidamos probablemente lo más admirable: pese a no tratarse de cine narrativo y constar únicamente de las comunicaciones entre los astronautas y la sala de control, las voces de los periodistas y las imágenes de la gente agolpada en torno al Centro Espacial, la audiencia de hoy revive activamente y con total naturalidad el acontecimiento que está teniendo lugar ante sus ojos.

     

    No cabe duda de que Apollo 11es una celebración de la trigonometría y de la capacidad de la inteligencia y el ingenio humanos. Pero, ante todo, y de ahí se desprende la irrefrenable emoción que despierta, es un bellísimo viaje en el tiempo.

    Article published in:

    El Cotidiano

  • Tuesday, 16 July, 2019

    Poster of the movie Apollo 11

    El día 20 de julio se celebrará la llegada del hombre a la luna, y por ello durante apenas cuatro días algunas salas españolas están proyectando la magnífica Apollo 11  de Todd Douglas Miller.

     

    Editada exclusivamente por el director a partir de más de 500 carretes de filme procedentes de 1969, gran parte de él rodado en 70mm por la NASA y digitalizado a lo largo de seis meses, la película constituye una cápsula temporal a través de la cual la audiencia se traslada a los nueve días que duró la misión, comenzando con el transporte del monumental cohete Saturn V a su lugar de lanzamiento, para meternos en la sala de control de la Tierra y en el interior de la nave Columbia y el módulo lunar Eagle, pasando por las afueras de Cabo Cañaveral y vivir en directoel lanzamiento escuchando las retransmisiones radiofónicas y televisivas bajo el calor, la euforia y la expectación de un momento único en la historia de la humanidad.

     

    Como buen documentalista, que a menudo reflexiona sobre el intenso esfuerzo que requiere la investigación, Douglas Miller no solo condensó todo el material visual en un primer corte de 24 horas, sino que buceó en más de 11.000 horas de audios y consultó con las familias de los astronautas, y sobre todo con los protagonistas aún vivos de la misión: Michael Collins y Buzz Aldrin. Ese esmero en la preproducción le ha permitido incluir preciosas e inéditas porciones de metraje y sonido (a cargo de Eric Milano), como los disímiles ritmos cardiacos de los astronautas y el singular punto de vista de Michael Collins.

     

    La película sobre todo subraya la magnitud del logro del alunizaje por una nave tripulada hace cincuenta años al hacer patente que, de entre todas las posibilidades, la de éxito era altamente improbable. Y, en consonancia con lo prodigioso del asunto que trata –el triunfo de una ciencia y técnicas primitivas a hombros de un enorme y complejo equipo humano- la experiencia cinematográfica que ofrece es extraordinaria y abrumadora. Con una calidad fotográfica casi indescriptible, con efectivas animaciones y con imágenes en pantalla dividida, al verla a veces olvidamos probablemente lo más admirable: pese a no tratarse de cine narrativo y constar únicamente de las comunicaciones entre los astronautas y la sala de control, las voces de los periodistas y las imágenes de la gente agolpada en torno al Centro Espacial, la audiencia de hoy revive activamente y con total naturalidad el acontecimiento que está teniendo lugar ante sus ojos.

     

    No cabe duda de que Apollo 11es una celebración de la trigonometría y de la capacidad de la inteligencia y el ingenio humanos. Pero, ante todo, y de ahí se desprende la irrefrenable emoción que despierta, es un bellísimo viaje en el tiempo.

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    Culturamas