Irene Zoe Alameda

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-        Pero, ¡¿cómo no te voy a querer, si eres mi hija?!

-        Claro, mamá, yo también te quiero: siempre has sido como una madre para mí.

-       ¡Qué bien que has venido a verme! Te quiero mostrar a mi nueva mascota.

-       ¡Qué preciosidad! ¿Cuánto tiempo tiene?

-       2 años, antes no los dan porque necesitan estar con la nodriza para sobrevivir.

-       ¡Qué chiquitito es! ¿Es varón o hembra?

-       Creo que varón, eso me han dicho.

-       He oído que con la edad se vuelven peludos.

-       Sí, pero más los machos que las hembras.

-       ¡Ay! ¿Por qué hace esos ruidos?

-       No sé, debe ser el cambio de ambiente. Me han dicho que le quite la luz después de 14 horas, para que se duerma. ¿Tienes sueño, chiquitín? Apenas ha comido…

-       Será que está desorientado. Tendrá que acostumbrarse a su nueva casa.

-       ¿Por qué estás tan antipático? Deja de gruñir… Acaríciale la panza, mira…

-       Uy sí, parece que le gusta. ¿Se acaba de hacer caca?

-       Sí, pero con la paja que le he puesto debajo del asiento, no hace falta estarle cambiando todo el tiempo. ¡No veas la de veces que mea, lo menos 8 veces al día!

-       ¿Y no le puedes restringir el agua?

-       Parece que se mueren antes.

-       Yo le veo muy a gusto, muy bien instalado ahí: con el bebedero al lado de la boca, amarradito a la silla con su letrina debajo… Pues está de lo más feliz.

-       ¿Y te has fijado en lo cómoda que es la jaula? Tiene ruedas y así sólo tengo que quitarle el freno para sacarlo al aire libre por las tardes.

-       Pero no será obligatorio sacarlo todos los días…

-       Bueno, no, claro. Es un decir. Para eso tiene la luz, para evitarme sacarlo a diario.

-       ¿Y cuánto viven estas mascotas?

-       Pues… los seres humanos viven entre 10 y 12 años.

 

ENTREVISTA A GLORIA GERVITZ[1]

Por Irene Zoe Alameda

GervitzXAlameda

Gloria Gervitz, en un momento de la entrevista con Irene Zoe Alameda ©IRENE ZOE ALAMEDA


He sido una de las pocas lectoras que han tenido el privilegio de conocer la poesía de Gloria Gervitz (México, 1943) a través de su creadora. Escribo “una de las pocas lectoras” desde la certeza de que sus lectores serán más y más conforme pasen las décadas, pues la obra de Gervitz es el prodigio literario de una voz incardinada en la sensualidad más animal, a través de la cual fluye un discurso mítico recogido en una especie de memoria ancestral.

 

Cuando escuché su poesía en una de sus lecturas públicas, sufrí una conmoción en la que mi intelecto quedó despojado de su seguridad, a la vez recogido por emociones atávicas. Recordé que sólo había experimentado una sensación similar cuando me adentré en la adolescencia en la lectura de Federico García Lorca y comprendí que, en ocasiones, son los ángeles, o las musas, quienes susurran sus palabras a sus médiums. Únicamente la poesía puede despojarte de lo que sabes y a la vez reconfortarte sin temor en la fraternidad de reencontrarte en un todo indescifrable e inmenso.

 

En aquella lectura, la poeta leía como si ella careciese de voz y de cuerpo, y el auditorio -yo parte de él- durante algunos instantes fue una entidad sin oídos, sin biografía, sin memoria. Quienes la escuchamos esa tarde fuimos receptores de una verdad y de una belleza que no podríamos entender.

 


 

Migraciones es su única obra, aún en proceso, a la que Gloria Gervitz le ha dedicado su vida. Al igual que Elizabeth Costello, el personaje de Coetzee de su novela homónima, Gervitz se ha puesto a disposición de “lo Invisible”, atenta a su dictado, preparada para transcribir cuanto éste le dicte, donde y cuando sea.

 


 

En cuanto se me presentó la ocasión, le solicité un encuentro que quedó grabado en un vídeo publicado por mí en youtube y accesible en mi página web[2]. La transcripción de aquella conversación sobre su trabajo y su obra queda recogida aquí.

 


 

En las migraciones de los claveles rojos donde revientan cantos de aves picudas

y se pudren las manzanas antes del desastre

Ahí donde las mujeres se palpan los senos y se tocan el sexo

en el sudor de los polvos de arroz y de la hora del té… [3]

 

 

Estamos en la casa de Jonas y Maria Modig. Jonas fue el director de la editorial Wahlström & Widstrand, la editorial sueca que ha publicado Migraciones (Migrationer) en edición bilingüe en su totalidad, tal y como está.

La editorial tenía su aniversario de 150 años y decidió iniciar una serie de poesía internacional en traducción. La abrieron con el libro de un poeta chino, Xi Chuan[4], y con mis Migraciones justamente.

 

Háblamos de Migraciones…

Es el único libro que tengo publicado, es el trabajo de mi vida. Llevo 34 años escribiéndolo, es un poema largo. Jamás me imaginé que iba a ser algo así. Cuando empecé la primera parte de la primera parte de lo que es Migraciones nunca imaginé que iba a escribir un poema largo… No imaginas nada, tú simplemente estás escribiendo y eso es todo. Pero ha sido el trabajo de mi vida y ha sido un proceso de vida.

 

Lo que caracteriza Migraciones es que, frente a las obras acotadas de la mayoría de los autores, ésta es una obra en proceso.

Es un solo poema largo que está dividido en siete partes… y que llevo escribiendo 34 años. Lo empecé muy a finales de agosto y principios de septiembre de 1976.

Llevo cuarenta años de escribir o de tratar de escribir poesía –digo tratando porque con la poesía siempre se está tratando. Por esas fechas empecé a escribir algo que por primera vez sentí que sí era mi voz, que empezaba a tener una voz. Todo lo que escribí antes lo sentía verde, y fueron publicaciones afortunadamente efímeras.

En la fecha que acabo de decir, yo traía unas líneas en mi cabeza desde hacía unas semanas que no parecían tener sentido pero que me atreví a escribir. Y fue como la llave o la puerta, porque a partir de ahí empecé a escribir y a escribir, y fue el inicio de Migraciones. No tiene mucho sentido… ¿qué es eso de las “migraciones de los claveles rojos”? Pero igual lo escribí, y ese fue el inicio.

 

Con los blogs cada vez hay más autores… La obra paralela a la vida. Más del siglo anterior son las obras acotadas que, una vez se editan, dejan de pertenecer a su autor y cobran vida propia.

Nunca imaginé que yo estaba escribiendo en realidad, notoriamente, un solo poema.

Pero hay otros. Por ejemplo, la obra de Saint-John Perse (Amers,Chant pour un équinoxe, Neiges…) es del mismo tono más o menos, pero está separada en libros. La más sorprendida de estar escribiendo este “work in progress” y este largo poema he sido yo, porque con cada una de estas partes me llevó tiempo tiempo darme cuenta de que eran parte de lo mismo.

Cuando digo que es un “work in progress” es porque el poema por lo visto sigue creciendo, le sigo haciendo ajustes, correcciones; otras partes no las he vuelto a tocar. Y no es que yo lo esté revisando constantemente.

 

¿Crees que el poema puede cambiar de forma cronológica, o sólo va a cambiar por el extremo final, con más adendas?

No, no, de esa manera no. El poema más bien crece y al mismo tiempo que crece locondenso, lo aprieto. El poema ni siquiera ha crecido cronológicamente porque para mí las tres primeras partes siguen siendo las tres primeras partes. Por supuesto, sí que ha habido migraciones dentro del poema, frases que migran de un lado a otro, que he movido, a veces de una página a otra página. Las tres primeras partes son las tres primeras partes y las dos últimas también lo son. El poema  ha seguido creciendo de la sexta parte, del medio, casi podría decir que ha crecido “de la panza”, como si “se embarazara”. Es de la panza de donde crece, y ahí es donde hay posibilidades de dar a luz. Porque el final lo tengo y el principio también, ésos no los muevo, eso es algo que sí sé. Lo que no sé es si va a seguir creciendo o si de verdad lo he terminado. Eso no lo sabes nunca.

 

A lo largo de Migraciones da la impresión de que desde el principio hasta las últimas partes va evolucionando la segunda persona, el tú. El yo dialoga con un tú que es un tú externo. Hay un diálogo erótico… hay una dirección hacia el exterior. Progresivamente ese yo se va situando dentro de la voz poética. La voz poética se va desdoblando y dialoga consigo misma.

La voz le está hablando casi todo el tiempo a la madre (o al arquetipo de la madre). Es una voz que le está pidiendo, demandando, exigiendo, rogando… ser escuchada, tener una respuesta, algo. Pero poco a poco la voz se va quedando más sola, más consigo misma.

 

Hay un fragmento en  Septiembre que ilustra esto:

Septiembre tiene un epígrafe que dice así:

 

Dijo el rabino Suzya poco antes de morir: “Cuando esté a las puertas del cielo no me van a preguntar, ¿Por qué no fuiste Moisés? sino ¿Por qué no fuiste Suzya? ¿Por qué no llegaste a ser lo que sólo tú podías llegar a ser?”

(…)

 

Estoy

 

me dejo estar

 

oigo mi respiración

que es también la tuya

 

no sé a quién le hablo

 

el viaje

 

en lo más solo

 

necesita ser

compartido[5]

 

Hace poco acabas de utilizar el verbo “apretar”, que es un verbo que aparece bastante en Migraciones. Siempre que aparece en el texto es sinónimo de silencio, de silenciar…

Siento que estoy tocando el silencio, que cada vez hay más y más silencio… a fin de cuentas ahí vamos a acabar todos, en el silencio absoluto. Cada vez me estoy quedando más en el silencio. Y a mí me gusta estar ahí, en ese espacio del silencio…

 

En la edición mexicana de Migraciones el poema fundacional, que luego ha cambiado de lugar, ha migrado dentro del poema, habla de este silencio y del ruido.

El inicio del poema es ése de “En las migraciones de los claveles rojos”. Lo que pasa es que sentí que, para unir ese fragmento de la primera parte de Shajarit con lo que yo escribí después tenía que poner un preámbulo, como si no me atreviese a entrar directamente al poema. No sé por qué.

 

El poema inaugural de Shajarit, inmediatamente anterior al mencionado de “En las migraciones de los claveles rojos” es el siguiente:

 

El agua en su silencio de raíz

En su oscura lentitud de raíz

Se abre temblando

 

El día se bifurca

Los árboles se llenan de aire y de ruido

El cielo se hunde en la luz

 

Quedan las palabras.[6]

 

En tu obra das cabida a diversas lenguas. Migraciones es un poema mayoritariamente en español pero también incluyes palabras del yiddish, oraciones en hebreo, y también está el inglés, que poco a poco va entrando en el poema hasta el punto de que da título a una de sus partes.

Ciertas cosas sólo se pueden decir en determinado idioma. Por ejemplo, las líneas en hebreo son de algún rezo, siempre las he oído en hebreo, y si las tradujera perderían su fuerza y su sentido. Comencé Threnos la noche del 20 de diciembre de 1999 –tengo muy buena memoria, me acuerdo de fechas con bastante exactitud-, y hasta agosto del 2009, o sea han pasado diez años, y he seguido agregándole versos. A lo largo de los años, como hemos mencionado, he movido palabras y páginas enteras, así que ha habido migraciones dentro de Migraciones.

 

(Abre una separata de una revista en la que ha publicado unas reflexiones sobre su obra. Lee:)

 

… Ese 20 de diciembre de 1999, en el vuelo de París a Nueva Delhi me quedé dormida y soñé que aterrizábamos en un lago cubierto de lotos blancos. Y esa primera noche en la India me despertó el poema y las palabras, para mi sorpresa, venían en inglés. Quise traducirlas, pero en ese pasarlas al español empecé a perder el poema, entonces lo dejé fluir.

Así comenzó Threnos, que en griego es una lamentación:

 

but this is not loneliness

it is not sadness

this flow is pure joy

though joy is always sad at its roots

it is delivered like death without your knowing

it is this not knowing that flows

it enters like a body enters love

with all its flesh

 

 

this breathless beauty[7]


 

A la voz narrativa de Migraciones le caracteriza una forma de mirar que es una especie de transposición de los elementos y de las funciones que estos elementos tienen, es una migración de categorías y conceptos. Por ejemplo, has citado en un poema “like a body enters love”, o cito de otro poema, “El cielo se hunde en la luz”. Y es contraintuitivo.

Es una manera de mirar, de sentir. Escribir poesía o estar en la poesía es una manera de estar en el mundo, es una manera de ver el mundo como lo puede ser si eres médico o un hombre o una mujer de negocios. Hay distintos tipos de inteligencia y distintos modos de percibir la realidad, el mundo. Yo no escribo más que poesía, no sé escribir otra cosa. Por ejemplo, si trato de escribir prosa se me empieza a “apretar”, se me empieza a condensar, de hecho me cuesta trabajo leer novelas a menos que estén escritas con esa tensión que tiene la poesía. Puedo leer cosas de Marguerite Duras, de Marguerite Yourcenar, de Gabriel García Márquez… Es más, me han señalado que a veces construyo mis frases cuando hablo como “raro”…, pongo el verbo lejos de no-sé-dónde…

Es una forma de ver o de sentir… ¿Qué significa estar despierto? Nos pasamos la vida en la vigilia porque luego estamos en un lado, pero en realidad, aunque sí estemos, siempre estamos también en otras partes de nosotros mismos. Siempre está este juego: ¿qué es real? ¿qué no es real?

En uno de los blues hay un monólogo-diálogo de un cuerpo que se mira en la sorpresa  de verse envejecer, en el miedo de verse envejecer.  Luego hay una mención a ese yo que me mira, pero ese yo que no es exactamente yo y no ve a esa mujer gorda y vieja, para decir “Yo sí la veo”… Y los otros, ¿qué ven cuando me ven? Porque una se sorprende: cuando ya no estás joven te queda una imagen de ti que ya no se corresponde con cómo de veras te ves. A veces pasa que te ves frente a un espejo y te sorprendes, “¿Ésa soy yo?” Porque tienes otra imagen de ti.

¿Qué es real?, ¿dónde estamos? No sé… también siento que estamos en un presente perpetuo

 

… el clavel rojo que abre Migraciones…

Estamos todo el tiempo en esta cosa que va a ser. Pero todo ocurre en este instante, así lo siento.

 

A lo largo de tu libro hay permanentes desdoblamientos del yo. Pienso en esa “niña loca” que te mira al principio de Migraciones, o en la mujer joven que tal vez no habría sido tu amiga, o luego en mujeres viejas.

Es que son muchas voces que en realidad son la misma voz. Escribí esa línea de “una niña loca me mira desde adentro. Estoy intacta”, y eso lo escribí en 1976. Han pasado treinta y cuatro años y puedo seguir diciendo que “una niña loca me mira desde adentro” y que “estoy intacta”. Y también en muchas partes de ti estás vieja.

Y también hay partes del libro, en especial en las tres primeras, en las que  me doy cuenta de que quise darles voz a esas mujeres que llegaron desde Europa del Este, de lo que ahora es Ucrania, Polonia… Entre las cuales vinieron la mamá de mi papá, a la que nunca conocí –el no conocerla me permitió inventarla-.

Quise darles voz porque siento que no tuvieron tiempo de hablar de sus sueños, estuvieron muy ocupadas en tratar de sacar adelante a los hijos, al marido, en un país del que lo único que sabían era que estaba en América. Estas mujeres de las que yo hablo, básicamente de esta abuela a quien no conocí, son mujeres jóvenes pero que llegaron con hijos pequeños, con responsabilidades… No estoy hablando de una mujer joven que se va a otro país donde todo es una aventura. Hay una parte de mi libro que también se liga, aquí sí, con estas migraciones reales. Es más, en el siglo XX y en lo que llevamos de este siglo, todo lo que vemos son migraciones. Los mexicanos, los “mojados” que se pasan a EE.UU. Acá [en Suecia] cuánta gente no hay de Pakistán… Vivimos en las migraciones.

 

En Migraciones los colores tienen una función muy importante porque caracterizan estados de ánimo, y sobre todo caracterizan conceptos. Los poquitos conceptos que articulan el poema de forma lógica están unidos a los colores. El amarillo es el color de la vida, y progresivamente hay una transición hacia el blanco, o se lucha contra la transición hacia el neutro, hacia el blanco. Estamos en un país con una luz blanca, aquí en el norte de Europa; supongo que es pertinente de hablar de esto en este lugar.

Soy muy visual, el mundo me entra por los ojos. Estudié Historia del Arte, tengo una licenciatura en Historia del Arte y, aunque no ejercí la carrera, seguramente ésta me dio un background a una serie de inquietudes, o ni siquiera inquietudes… de algo que una trae. Es que siento que las emociones, que los sentimientos, tienen colores. Por ejemplo, yo puedo decir que la tristeza es verde, digo un verde y pensé en un verde como aguacate, un verde feo (risas), un verde que tiene amarillo, que tiene bilis. Sin embargo el color amarillo me encanta, le cabe todo el sol. Me gusta mucho la luz, la luz me importa muchísimo. En ese sentido, aunque Estocolmo me parece una ciudad bellísima, no podría vivir acá, me gusta la luz, me gusta el sol.

Esos dos colores, el blanco y el amarillo a mí me dan mucho a nivel de emociones. Percibo las emociones con colores.

Otro color que me gusta muchísimo-muchísimo justamente es el azul. ¿Por qué tenerle miedo a la melancolía?

 

Al mostrar los versos finales de Migraciones, a Gloria se le quiebra la voz…

Visualmente puedes ver cómo las líneas ya sólo tienen una o dos palabras. Lo que está invadiendo el poema es el silencio…

 

La poeta lee dos poemas de Leteo, voz griega que significa “olvido”, y que también designa al río del inframundo cuyas aguas otorgan el olvido):

 

Como si tuviera nostalgia de lo que estoy siendo

Nostalgia de mí

Como si pudiese comenzar de nuevo

Como si me mudara a otra casa

Como quien repite palabras que son mantras

Que son un monólogo desde ti hacia ti

Como quien oye llover

Como si fuese yo la que ha comenzado a morir y no tú

Como si el miedo y el polvo fuesen uno.[8]

 

 

Las palabras se curvan          se tocan           se oscurecen

Alguien afuera abre una puerta         alguien toca el piano

Las palabras se guardan y se olvidan

No te debo nada

 

Sigo el movimiento del sueño             sus huellas pequeñísimos

Sigo el movimiento del río     su peso            sus partículas             su silencio

sus larvas       sus laberintos             las estrellas que flotan como cáscaras

 

Quedan los frescos

la pared llena de fotografías

la mañana

la espesa         la temida

la mañana para no ser vista              la mañana para llorarme

la larga           la indefinible               la quieta mañana

 

El aire se arquea con el peso de las acacias[9]

 

 

Uno se va a morir a solas      a solas en lo oscuro

lejos de lo que uno fue o creyó ser

 

Uno se muere entre los sentimientos más simples

en la sorpresa enorme de estar muriendo

 

Uno se abre un hueco en la oscuridad y se echa allí como un animal[10]

 

 

 


[1] La entrevista tuvo lugar en Estocolmo (Suecia), en septiembre de 2010, en la casa de Jonas y Maria Modig, los editores de Gloria Gervitz en Suecia. La última edición, bilingüe, de Migraciones es del año 2009, por la editorial sueca Wahlström & Widstrand (http://www.wwd.se/Bocker/Bokpresentationssida/?isbn=9789146220152).

[3] Segundo poema de Shajarit, en Migraciones, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 2002 (2ª edición), página 12.

[4] La obra de Xi Chuan es Ansikte och historia (Rostro e historia), Wahlström & Widstrand, Estocolmo, 2009. Más información en: http://www.wwd.se/Forfattare/Forfattarpresentationssida/?personId=26362

[6] Primer poema de Shajarit, Op. Cit., 2002, página 11. “Shajarit” significa en hebreo“oración de la mañana”.

[7] De TrenoOp. Cit., 2002: 184.

[8] De LeteoOp. Cit., 2002: 100.

[9] De LeteoOp. Cit., 2002: 104.

[10] De LeteoOp. Cit., 2002: 118.

 

Dali on "What's My Line?

El 20 de enero de 1952 la televisión estadounidense emitía el legendario programa “What’s my line?” con el polifacético e irreverente Dalí como invitado.

 

El concurso consistía en que seis concursantes –tres mujeres, tres hombres- con los ojos vendados intentaban identificar al personaje misterioso mediante el mínimo número de preguntas acerca de su actividad profesional, su estilo, su apariencia, su formación… El invitado debía contestar con lacónicos SÍ o NO.

 

Éstas fueron las preguntas a las que aquel día contestó el artista:

 

¿Estás relacionado con el mundo del arte?

 

 

¿Has aparecido en la televisión?

 

 

¿Eres actor o cantante?

 

También

 

¿Te consideras un pionero en tu trabajo?

 

 

¿Gozas del reconocimiento de la crítica especializada?


 

¿Y tus logros, cualesquiera que sea su naturaleza, te han hecho aparecer en las portadas de los periódicos?

 

También

 

¿Has actuado alguna vez en directo?

 

También

 

¿Alguna vez te has atrevido a dejarte grabar con poca ropa?

 

También

 

En tu trabajo, ¿usas lápices u otros instrumentos para escribir?

 

También

 

Entonces, ¿aparte de artista visual también eres escritor?

 

También

 

(En este punto, una de las invitadas exclama:

 

“¡No hay nada que este hombre no haga! ¡Tenemos que averiguar quién es el hombre que es capaz de hacer bien un montón de cosas distintas!

 

A lo que el conductor del programa contesta:

 

“Para hacer honor a la verdad, los talentos de este hombre no se limitan a un solo  campo de trabajo.”

 

¿De veras dominas diversas formas de expresión artística?

 

 

Pero, ¿has publicado libros?

 

 

¿Y diseñas imágenes, cómics, viñetas…?

 

También

 

¿Hay algo raro en ti, que hace que el público se ría cada vez que contestas a nuestras preguntas?

 

 

¿Eres un ser humano?

 

 

¿Es posible que, pese a todo, aún no hayamos discernido el motivo por el que nuestro invitado es famoso?

 

También

 

Me dirigía esta mañana con cierta prisa a mi destino, cuando una fuerza emocional me obligó a frenar mi bicicleta y a bajarme de ella.

Me hallaba casi en la intersección de la F con la Ninth, ante un antiguo templo reconvertido en espacio de alquiler para negocios temporales. El lugar había perdido la solemnidad de la que supongo gozó en sus dos siglos pasados, y ahora era una nave inusitadamente alta, con claraboyas en el techo que dejaban entrar la luz al interior, de manera que se tenía la extraña sensación de habitar un Shangri-La de pesadilla, con los rayos de un sol inclemente rascándote la nuca, envueltos en un frío tumultuoso de aire acondicionado.

Un viejo comerciante exponía allí cuantos objetos había sacado durante décadas de cientos de casas abandonadas por todo el país. Casas de muertos. Todo lo que llenaba el local eran los despojos que habían acompañado las vidas de personas que no dejaron herederos, ni amigos, ni conocidos, ni vecinos que generosamente hubieran querido acoger los restos de sus solitarios naufragios.

Muñecas, cañas de pescar, escritorios, mantelerías, cuadros, joyas, almanaques, sombreros, gramófonos, cuberterías, cofres… retenían las fragancias de sus dueños, al tiempo en que un aire nuevo los oxidaba tras décadas de reclusión; la decrepitud de los cachivaches se aceleraba ante los ojos eternos de quien los observara.

Conforme avanzaba por la estancia, caí en la cuenta de que el motivo real por el que había decidido traspasar aquellas solemnes puertas era que de allí dentro emanaba, confundido con otros olores, algo que olía como un libro de la casa de mi difunta abuela. No se trataba de un olor total, era un vestigio palpitante, un rastro vivo oculto entre notas fantasmales. Y aquel olor, que yo no acertaba a delimitar en sus facetas más exactas, se abría camino hacía el desván de mi memoria del mismo modo que un arpón en busca del corazón de una ballena.

Bajo el fulgor de aquel recuerdo, podía contar mi biografía de otra manera. Yo y la escritura, yo y la lectura, yo y la sala de costura de la casa de mi abuela, que hacía las veces de biblioteca.

Como nadie me leía de pequeña, desde antes de saber leer, intenté hacerlo. Con cuatro años me esforzaba por entender las líneas de los libros, y para ello las leía en voz alta. Pasaba de la incipiente lectura silábica a la enunciación de las frases de seguido, me descifraba el significado de ese grupo de palabras, pero ni con esa táctica lograba encadenar una sola frase que en mi primitiva cabeza reuniera sentido.

Moby Dick, Huckleberry Finn, Fundación, Raíces… Disfrazada con enormes zapatos de raso hechos a la medida de los pies adultos, y con los retales de patrones pespunteados de ropa de sastre, hojeaba los libros que incansablemente sacaba del gran mueble-biblioteca. De vez en cuando, mi abuela se asomaba a la habitación para ver

“¿Qué haces, tan callada?… Luego me pones los libros donde estaban, no lo dejes todo desordenado. Y cuidado con manchar la ropa, que son encargos que ya me han pagado.”

Y yo aprovechaba para pedirle a mi abuela que me leyera las primeras líneas de cualquier historia:

“Es que me las leo en voz alta pero no las entiendo. Si me las lees tú, así puedo saber cómo empieza el cuento y sabré seguir…”

Así fue como mi abuela intervino de manera trascendental en mi vida:

“Estos libros son muy difíciles para ti. Empieza por éste, mira: tiene dibujos y es para niñas. Más adelante podrás leer los demás, pero éste es un comienzo. Ya verás cómo te gusta.”

Y mi primer libro se tituló La dama del cuadro.

Se trataba de un cuento ilustrado cuyas imágenes retrataban un mundo medieval y mítico en el que una bruja comida por la envidia condenaba a una muchacha a existir como obra de arte en el interior de un cuadro. Como era un relato construido sobre símbolos, el amor jugaba un papel esencial, pues desharía el encantamiento cuando alguien encontrara el cuadro y se extasiara ante la belleza que lo había inspirado.

… Al cabo de los años y el olvido, con el castillo que albergaba el cuadro reducido a ruinas, un apuesto príncipe que pasaba por allí se bajó de su caballo movido por la curiosidad; y ante la visión de aquel retrato, enfermó de melancolía por la imposibilidad de sentir como real lo que aquella imagen le hacía anhelar tan dolorosamente.

Y el amor derrumbó el hechizo: en el rostro de la dama vacilaron sus pupilas y sus pies pudieron recorrer el trecho que la había separado de la vida.

De niña, entendí ese cuento. Desde luego, la historia estaba contada de manera mucho más sencilla pero así es como la parafraseo ahora. Lo leí muchas veces en mi larga infancia, reconfortada en entender sus letras, sus frases y sus páginas, acogiendo cada formulación en mi cabeza. Detrás de la palabra FIN imaginaba yo el cuadro, mero paisaje ya vacío, retenido en la pared de la cual se alejaba la dama liberada. Me imaginaba la perplejidad de la bruja: ¿Qué haría ella ahora? ¿Se lanzaría a los bosques en busca de otra dama? Y ¿dónde habitaría la bruja? ¿Dentro o fuera del cuadro?

 

En el almacén luminoso y frío, el olor impreciso de aquel libro de mi abuela era mitigado por olores bastardos, que me impregnaban los sentidos en una confusión desquiciante. De pronto, una mirada directa y sin nostalgia me atrapó y me hizo girar a la derecha.

Contra una pared, sepultadas por una infinidad de marcos, lienzos y mapas, las pupilas de un joven asomaban de un cuadro, en una conexión tan familiar y tan secretamente esperada que parecía la visión, ineludible y aplazada, de un sueño.

No pedí permiso para descubrir aquel retrato y aparté sin cuidado cuantas cosas me estorbaban. Una vez liberado, me planté frente a la mirada de aquel joven y perdí la noción de dónde estaba.

Era tal la verdad de aquellos ojos que busqué la forma de dejarme llenar por la intensidad de la propuesta artística. Los contemplé desde distintos ángulos y aunque la luz era extraordinaria, desde ninguna perspectiva alcancé a captar la verdad que retenían, mi afán era insaciable ante aquella mirada.

Comprendí que debía comprar el cuadro y localicé al comerciante. Me dirigí hasta él.

 

“¿Cojeas?” Me dijo: “Se te acaba de romper un zapato.”

Levanté el pie.

El hechizo Zoe Alameda

“Uy, sí, se me ha estallado.”

“Es extraño.”

“Lo siento. He dejado un rastro de caucho desde donde está del cuadro.”

“Tendré que buscarte unos zapatos.”

“¿Vende zapatos usted?”

No me contestó.

“El caso es que quiero comprar aquel retrato que estaba ahí detrás, escondido.”

“Luego me devuelves todo a su sitio. Has dejado ese rincón desordenado.”

“Ahora lo reordeno.”

“Te puedo llevar el cuadro esta tarde adonde me digas. Voy a ver qué zapatos te puedo dar.”

Mientras le dejaba escrita la dirección de la entrega del cuadro, se esfumó detrás de una cortinilla y me trajo un par de zapatos raros, antiguos y virtualmente nuevos. Eran  exactamente de mi talla.

“Son para ti.”

Y tras devolver a su lugar los lienzos, marcos y mapas que había dejado desparramados, abandoné el lugar y reanudé mi marcha en bicicleta.

 

Ya por la tarde, impaciente, esperaba la llegada del recolector de casas abandonadas. Buscaba el mejor lugar para ubicar el retrato de aquel joven cuya mirada contenía la cifra exacta de mi tristeza y de mi dicha. Pensando en las similitudes entre su rostro y el mío, se me aceleraron las pulsaciones al reparar en que los zapatos que me había regalado el hombre por la mañana eran idénticos a los que llevaba el modelo en el cuadro.

Me asaltó una sensación ambivalente acerca de la coincidencia: ¿me gustaba? ¿me desagradaba? ¿me intimidaba? ¿me asustaba? ¿vivía yo dentro de un hechizo? ¿había entrado, sin saberlo, en él?

 

“¿No lo vas a descubrir?”

El comerciante había tenido la delicadeza de colgar el cuadro y mantenerlo embalado para que fuera yo quien lo destapara.

“¿Sabe? Estoy fascinada con los zapatos que me ha dado esta mañana. Son exactamente iguales a los del joven del cuadro. No sé cómo hasta esta tarde no he me dado cuenta.”

“Sincronías.”

Me dio unas tijeras y se alejó unos pasos para que yo misma liberara el cuadro.

La misma belleza, el mismo anhelo. Una nueva inquietud.

“Pero… No puede ser. Mire:” Señalé: “No puede ser…”

El joven del cuadro ya no llevaba zapatos.

“Esta mañana tenía mis zapatos. Ahora está descalzo. ¿Cómo es posible?”

La dama Zoe Alameda_2

De nuevo, estaba sola.

Y, paso a paso, mis pies recorrieron el trecho que me separaba del cuadro.

 

Anoche volví a soñar contigo.

En el sueño, no me habías invitado al cumpleaños de tu hija, pero yo acudía y no le entregaba ningún regalo.

Había muchos invitados. Tú te dedicabas sólo a ella, y ella se dedicaba a ti: te hablaba, te sonreía, te instaba a cenar, te interrogaba con gracia acerca de temas intrascendentes que, sin embargo, de una forma indirecta, me apuntaban.

Yo te buscaba a la vuelta de tu perfil y tú no parecías detectar mi intento por encontrar tu cara, tu cabeza se orientaba hacia los ojos verdes de la niña del cumpleaños. Estabais sentados en una mesa aparte ella y tú, aunque os acompañaban, como testigos, tus amigos.

Adiviné un cambio de luz. Había caído la noche.

Y yo me levantaba y anunciaba en tono discreto, dirigido en secreto a tus oídos, que ya me marchaba – esperando que tú me acompañaras a la puerta, o que me hicieras una señal de espera, o de reconocimiento, o de posterior encuentro.

Tú no me mirabas.

Yo me despedía cuando tu hija despertó de tus encantos, giró su rostro enmarcado por su melena oscura, y se fijó en mí.

Salí a la calle, y cogí un taxi.

Todas las farolas se iban apagando tras nuestro avance, y refulgían los charcos de las aceras y de la carretera.

De pronto, el taxista reaccionó a algún signo externo y se desvió de la ruta. El escalofrío de ambos fue tan fuerte que casi fue compartido. Traté de preguntarle por qué hacía eso, pero la certeza de nuestro miedo me retuvo la voz.

Comprendí que un vehículo, negro y largo, nos estaba acechando. Y yo liberé con la mano izquierda el seguro de la puerta para escapar a pie, pero a la izquierda, fuera, quedaba un precipicio.

El coche alargado nos acosó a menor distancia, pero por fin mi voz fluyó y pude murmurarle al taxista:

“¿Qué debo hacer?”

Y él, frenético, accionó la palanca de cambios, y sus pies patalearon sobre los pedales al acelerar.

En una maniobra acertada se deslizó por un hueco entre una valla y unos postes de madera, y a unos pocos metros, sobre el páramo de una gasolinera, frenó.

Me hizo bajar de su taxi, me instó a que me ocultara, y desapareció.

Yo me quedé como una línea escueta, sobre la plataforma de repostaje de la única edificación iluminada de aquella ciudad sin casas. A la luz de un neón verde.

Traté de vislumbrar una alternativa para recuperar mi rumbo. Nada parecía esconder vida. No había esquinas y las sombras me rodeaban. Reconocí la fricción de las ruedas del coche negro sobre el asfalto, que se acercaba.

Eché a correr en una lucha animal por la huida hacia el interior de la gasolinera, pero carecía ya de tiempo y me paré.

Y cuando me giré y volví a ver su cara, el último destello del neón también se apagó.

Después de jubilarse, a mi padre le cambió el carácter, o tal vez solamente le afloraron rasgos que no le había conocido hasta entonces.

Se volvió “muy de aprovechar”. Por ejemplo, cuando íbamos paseando por el centro de la ciudad, si veía que se quedaba libre un buen hueco de aparcamiento se quedaba quieto, contemplando la plaza con aire melancólico, y se lamentaba:

“Lástima no tener un coche para poder aparcarlo aquí.”

Una vez le acompañé a la compra y le vi pararse a hacer cola en una tienda de especialidades italianas. Miraba fijamente a una oferta extravagante para un hombre de sus gustos, y tan parco y monótono como él:

“Pero”, le dije, “¿Vas a comprar mascarpone?”

“Es que está muy barato”, me contestó.

“Pero Papá… si no te gusta el queso.”

 

(Este falso reportaje, o road trip, fue publicado en el número 10 de la revista Granta, titulado "Cosa de hombres", en septiembre de 2009. La muerte de Hugo Chávez vuelve a ponerlo de actualidad)


Un hombre tuerto, un disfraz y un columpio. El hombre tuerto era mi abuelo; el disfraz, de india; el columpio, el que me causó la brecha que aún disimulo en mi barbilla. Pasé mi primer año de vida en Caracas, con mi abuelo. La foto que describo se tomó el 23 de agosto de 1975, el día de mi cumpleaños. Llevo puesto un traje de indígena por ese uso paródico tan común en los adultos: me vistieron de india por ser rubia. Me han contado que, justo después de tomarse la foto, me impacienté por bajarme del columpio y salté a tierra. También me han contado que no dejé de pellizcar la piel oscura de la médico mientras ésta me cosía la barbilla. De vuelta a Madrid, fui una niña soberbia: mis brazos exhibían cicatrices de vacunas impensables en España. La costura en mi barbilla era un triunfo: la había causado un desliz de mi abuelo –un poderoso empresario, un prófugo del desamor y, sobre todo, un pirata tuerto. Vuelvo a contemplar la foto: la barbilla aún intacta, el antifaz y el vacío. Siempre he reivindicado en mí un grado de distinción que no suelo admitir en otros. He de reconocer que esta singularidad tan impúdica la empecé a forjar en Venezuela. (Texto publicado en el Papel Literario del Diario El Nacional de Venezuela el 4 de julio de 2009, página 11) _________________   Para la vuelta de Venezuela, la escritora se había propuesto entregar su reportaje, largamente pospuesto, sobre Senegal. El año anterior había realizado un viaje por el país africano, y durante 21 días de exploración recorrió el país a lo largo de la carretera trasversal que une el interior con la costa, al tiempo que había ido anotando detalles, itinerarios y reflexiones con disciplina documental. La inversión de tanta pulcritud no fue retribuida por el  valioso impacto irreflexivo que suele dotar de sentido a los buenos viajes. Como todos los escritores, ella sabía que los verdaderos textos se gestan en el falso caos orquestado por la imaginación. En el embarque del vuelo de Atlanta con destino a Caracas pensaba la escritora en ponerse a escribir sobre su ya lejano viaje a Senegal. Para alentarse, pensaba en el ballenero Melville, en el soldado Cervantes, en el marino Conrad, en el traficante Rimbaud; pensaba en la difícil negociación que se da en la personalidad de una escritora antes de que el mundo la reconozca como escritora; pensaba en que Coetzee había llamado en Elizabeth Costello “lo Invisible” al autor que reclama su espacio omnímodo en la vida del artista; al personaje colonizado por lo Invisible (la materia humana que lo sostiene) lo denominó “Secretaria/-o de lo Invisible”; pensaba en que Millás, mucho más apasionado y menos teórico en los espacios dedicados a las simbolizaciones, había denominado “yo neurótico y sufriente”[1] al autor que pugna por existir y emanciparse, y “asesino” a la persona normal, cuya máscara esconde al escritor. Pronto se percató de que su compañero de fila en el avión intentaba que su mirada se cruzase con la de ella. Pero la escritora se afanaba en producir una idea sobre la que extender una inteligente red de asociaciones. “El yo Invisible procesa la misma realidad que las personas más realistas, pero la contrasta con una retícula imaginal en un ejercicio de traducción directa e inversa permanente que tiene forma de diálogo. La imaginación, como la describió Bakhtin, es dialógica, y quienes escribimos sabemos lo costoso, desde un punto de vista psíquico, que es descubrir primero, asumir después y finalmente renegociar los términos en los que ese diálogo se va a instaurar de forma definitiva en nuestro carácter y en nuestra vida. Volviendo a Coetzee o a Millás, la consagración de la escritora tiene lugar cuando la asesina deja de reprimir a la Yo Neurótica Invisible para convertirse en su humilde Secretaria: cuando La Imaginación ha domesticado a la Realidad.” Su compañero de fila terminó por iniciar su anhelada cháchara, y lo hizo preguntando a la escritora acerca de su nacionalidad y los motivos de su viaje a Venezuela. El trabajo conversacional de la escritora acabó pronto porque él, impaciente, dijo:  

"Mi vida sí que es para escribir un libro. ¿La quieres escuchar"

  Y ella, cortés y desinteresada, asintió. Y escuchándole se enteró de que aquel hombre se llamaba Rafael Ramírez y estrenaba su primer día de libertad después de haber cumplido 2 años de sentencia, condenado por un delito de Blanqueo de Dinero. Rafael le habló durante un par de horas de las timbas de póquer que había jugado en prisión de McRae apostando Tuna Fish; del juez Middlebrooks, de los agentes federales que les ofrecían a los detenidos cambiar meses de cárcel por personas; de los condenados a “vida”, cadena perpetua, y de cómo se podían acumular “vidas” como latas de Tuna (en McRae hay gente con 7 vidas). Le contó cómo lloró cuando se enteró de que le iban a liberar, porque había pasado dos años en gran medida gozosos: sin trabajar, sin atender a su esposa ni a sus hijos, sin dinero y con Tuna Fish en el armario, con televisión y cine, y libros, y póquer y amigos. En dos momentos distintos le dijo dos frases memorables. La primera es la frase que pronuncian los asistentes del juzgado cuando se va a iniciar un juicio:  

“Los Estados Unidos de América contra Rafael Ramírez”

  La segunda bien valdría para dar título al capítulo de un libro:  

"Tú sí te pareces a Dios"

 

que fue lo que exclamó Rafael al conocer a su abogado, tres días después de su detención. Cuando el ex-convicto se cansó de contar, la escritora se fijó en las personas que los rodeaban, y con poquísima perspicacia se enteró de que el deportado y ella compartían fila con Sergio Chejfec y con Miguel Gomes, los dos autores con quienes al día siguiente compartiría mesa redonda en la Bienal Literaria de Mérida, Venezuela. Pero la suerte de escuchar la historia de Rafael la tuvo sólo ella:  

The only reality highlights when you are out of place

 

  Fue lo que pensó, y en la inminencia de su aterrizaje en Caracas admitió ante sí que no iba a poder escribir su reportaje sobre Senegal. Al contrario que hizo en Senegal, la escritora se entregó a su viaje por Venezuela con una desidia creciente. No le gustó que le hicieran rellenar, con un grasiento bolígrafo, un formulario en el que juraba por su honor no estar infectada de Gripe A, ni tampoco que le hicieran prometer que durante su estancia en el país iba a cubrirse la boca para toser y a lavarse las manos con jabón, durante al menos 20 segundos, con frecuencia. (En ninguna de sus visitas a los aseos públicos en los 11 días que duraría su viaje por Venezuela encontró la escritora jabón para lavarse las manos. Tampoco papel higiénico.) Tampoco le gustó que un oficial aeroportuario comprobara que la maleta que sacaba de la cinta de equipajes era efectivamente suya, ni que la abordaran docenas de carteristas y librecambistas al salir a la sala de llegadas. Le pareció enormemente descortés que el señor que les esperaba, a ella, a Gomes y a Chejfec, les soltara un puñado de bolívares y les abandonara a toda prisa frente a una Posada para que descansaran durante las 5 horas que les sobraban hasta su próximo embarque. No descansó en la posada, entre otras cosas porque estaba construida a pie de pista. Durante toda la noche despegaron y aterrizaron aviones que le hicieron revivir una pesadilla subconsciente que había heredado del 9/11 del 2001, cuando vivía en Nueva York. Cuando por fin llegó a mediodía a su destino en Mérida se disgustó más. El saludo personalizado que le dedicó su admirado Vila-Matas se revelaría falso tres días después, pues ni él la reconocía, ni la había leído, ni sabía que ella había contribuido con un excelente artículo al monográfico sobre su obra editado por Arco-Libros, bajo los auspicios de la Universidad de Neuchâtel. En la recepción del hotel dieron por supuesto que ella, por ser hembra, era la esposa de uno de los escritores que estaban registrando su llegada, y le dieron una segunda llave para acceder a la habitación de Chejfec. Eso la soliviantó. Se encaró tan mal al recepcionista que éste la castigó destinándola a la última de las habitaciones del último de los corredores, colindante con las obras de una retroexcavadora que, desde ese punto hasta su huída de Mérida, no dejó de enviarle insectos y ruidos. Mientras deshacía su equipaje para sacar un pijama y echarse un rato a descansar, un representante de la Bienal la informó por teléfono de que era la hora del almuerzo y luego, como distraídamente, se despidió:  

"Hasta las 2, pues"

"A las 2... ¿por?"

"Porque a las 2 es su mesa redonda. ¡Ay! ¿No se lo han informado? ¡Qué mala pata! Su mesa redonda se ha tenido que adelantar de las 6 a las 2 por motivos de organización."

  La escritora registró mentalmente que, entre  las formas de cortesía del país figuraban ciertos trucos de manipulación falsamente educados. Como no había dormido la noche anterior en la posada de la pista del aeropuerto de Maiquetia, ni tuvo tiempo para una siesta previa a su comparecencia, se durmió frente al público en el coloquio posterior a su intervención en la Bienal. Esa noche las hormigas y las arañas que habitaban cómodamente en su cuarto de baño, le chuparon la sangre y le mordieron todo el cuerpo. La escritora amaneció muy maltratada, y como no tenía esponja y se sentía tan pegajosa, decidió exfoliar en alguna medida su piel y para ello recortó la toalla de manos, rota y raída, del hotel. En su segundo día en la Bienal la escritora se dispuso a participar activamente, pero el cansancio la obligó a comparecer con un perfil intelectual más bajo que el que en circunstancias normales le habría correspondido. Mostró su determinación de salir a conocer la ciudad, pero tanto los miembros de la organización como los trabajadores del hotel y los dos taxistas a los que rogó que la sacaran de paseo, la disuadieron de la idea: en Mérida morían decenas de personas a balazos cada semana. Dejar a la escritora salir de paseo era como aquiescer con un suicidio, de modo que quedó recluida en el interior del hotel. Ese día le hicieron una entrevista y la fotografiaron. Estaba cansada, aburrida y taciturna, y no salió ni muy lista ni muy guapa. Insomne en su segunda noche, la escritora exigió, sin éxito, a las 3 de la madrugada un traslado a una habitación sin insectos y a ser posible lejos de la retroexcavadora. En el tercero de sus días la escritora ejerció como poeta junto a Willy Mackey, José Tomás Angola, Manuel Vilas, Jaime Rodríguez y Jorge Carrión en un recital en Mogambo, el supuesto mejor restaurante de la ciudad. Durante su lectura, la escritora causó un grave problema a alguien del público, con tan mala suerte que la persona a la que su poema causó consternación era la misma persona a quien dicho poema había buscado impresionar. Entre los asistentes a la Bienal había una editora, y la escritora había pensado que, tal vez, si a dicha editora le gustaban sus versos, ésta podría terminar editando su poemario Antrópolis. El poema que causó el malestar en la editora era muy largo, una letanía titulada Debree. Y los versos que levantaron la ira de la editora fueron:  

Los seis mil coitos que llevo sobre mis ingles,

con sus cardenales y sus marcas.[2]

  A la escritora le contaron que, según la señora oyó los versos (era el tercero de los  poemas que llevaba recitados), se levantó de la mesa del convite, y al grito de:  

“¡Camarero, póngame una copa!”

 

se arrinconó en la barra con mohines de masticar mal humor y desaliento. Por si a la escritora aquella grosería no le había quedado clara, cuando a continuación salió a recitar un poeta publicado por la editora, ésta exhaló con extemporaneidad:  

“¡Esto SÍ es poesíaaaa!”

  Y siguió bebiendo y mirando a la escritora de reojo desde la barra. Esa noche, tal vez a consecuencia del ataque que había sufrido en Mogambo, la escritora durmió mal. Tenía jet lag y las chicharras no paraban de graznar como gallinas. A eso de las 4 de la madrugada se dio cuenta de que una de sus pantorrillas sangraba por varias de las picaduras, y el susto la hizo despertar del duermevela profundo en el que el agotamiento suele sumir a las personas. Entonces recordó que cuando preparaba la selección de poemas para el recital de la velada previa, tres hormigas habían asomado, alarmadas por el tableteo, del teclado de su ordenador. Acordarse de los poemas y del recital aumentó su tristeza. Su habitación del hotel La Pedregosa estaba infestada. Se levantó decidida, se personó en recepción, plantó con flexibilidad de bailarina su pierna, picoteada y sangrante en el mostrador, y exigió por segunda noche consecutiva el traslado a una habitación sin bichos. Esa vez sí la trasladaron y además le prometieron que fumigarían su habitación al día siguiente. A lo largo de la tercera jornada escuchó al poeta editado por la editora alabar en un novelista su editorial el hecho de que su obra fuera  

“muy del siglo XXI. Su escritura me recuerda a la de Borges y Kafka.”

  ???????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????? (¿No son Borges y Kafka muy del siglo XX?) (La editora aplaudió mucho aquella desafortunada intervención del favorito de sus autores.) Como a las 6 de la mañana ya estaba despierta y le sobraban bastante horas, la escritora solicitó un conductor a la organización de la Bienal, e hizo varias excursiones. De camino a Jají (un falso pueblo diseñado por un arquitecto italiano en 1960 para que se pareciera a una aldea andina) la pararon en un lugar que le pareció un vertedero de basuras. Sin embargo, le explicaron que era un mirador con excelentes vistas a la ciudad de Mérida, y le señalaron el aeropuerto fantasma de la ciudad –clausurado por incumplimiento de la normativa de seguridad aeronáutica- y el estadio del Campeonato Latinoamericano de Fútbol. En la sinuosa y ascendente carretera que conducía a Jají se topó con la antigua Chorrera de las González, en la actualidad un rincón desolado que había sido una cascada natural barrida por un desprendimiento de piedras. Y vio a varios hombres borrachos, que paseaban su inestabilidad descalza por las curvas de la carretera. Tan borrachos que no se tenían en pie, algunos incluso habían perdido su ropa (incluidos sus calzoncillos). El conductor le explicó que tanta ebriedad era normal en Venezuela, sobre todo los fines de semana. Aprovechando una parada en que su guía tuvo que descender del vehículo para echar a un lado a un borracho que dormía en medio de la carretera, la escritora tomó una foto a la voluptuosa naturaleza de la Sierra de Mérida. Pararon 20 minutos en Jají. En efecto, era un pueblo arquetípico, con la estatua de Bolívar en el centro de la plaza. Lo verdaderamente interesante de Jají eran la peculiar dentadura de los gatos callejeros y un viejo señor alemán, al que encontró, plácido y expandido, sentado sobre los escalones de la iglesia. Al alemán le preguntó la escritora por los gatos. Éstos contaban con dos incisivos centrales en la mandíbula superior. Él se limitó a sonreír con cierto aire de ensoberbecimiento. Luego masculló que Venezuela era un país de  

“Schseisse”

pero que gracias a las nuevas tecnologías se las arreglaba para comprar por internet tantos bienes como le eran necesarios para disfrutar del universo material, al que estaba muy apegado. También visitó el Páramo, donde pasó frío y creyó ver un cóndor. Y de regreso a la urbe la llevaron al Mercado Central,  

"Orgullo de Mérida"

  ???????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????? Llegó a tiempo de asistir a media tarde a una interpretación pseudoteatral y reducida de 2666. Pero la euforia tras aquel simpático espectáculo fue anulada a continuación por el sabor a Tetrametrina (el componente insectida del Baigón) que emanaba de su cepillo de dientes. Escupió, escupió, escupió, y una vez hubo escupido y rascado a escupitajos toda la sustancia líquida que le quedaba en el tubo digestivo, investigó la situación y dedujo que la señora de la limpieza había fumigado las repisas del cuarto de baño, pero no el suelo, aún poblado de hormigas hiperatareadas– ninguna muerta. De ahí hasta su huída de la ciudad, las arañas la siguieron picando, y las hormigas mordiendo. Con los dientes sucios y la boca abrasada, la escritora fue trasladada a la ceremonia de concesión del Doctorado Honoris Causa a Enrique Vila-Matas, que comenzó de forma puntual según el canon venezolano de + 2 horas sobre el momento anunciado. El placer espectatorial de la situación y el enclave desapareció en cuanto el autor hizo gala de su habitual carencia: Enrique Vila-Matas es un escritor que no sabe terminar los cuentos. Cayó como de costumbre en su error de inmadurez narrativa, que consiste en la confusión autor-narrador, y que a menudo le lleva al autor a confundirse con el personaje que describe, y a intentar persuadir a su público de que él como sujeto biográfico, encarna las mejores cualidades de un adorable antihéroe. En su historia, Vila-Matas, además, incurrió en un error de ordenación lógica elemental, y contradijo varios de sus puntos de partida. El texto, además, acabó embarrándose en un lodo teórico muy propio de un escritor acomplejado por un injustificado sentimiento de superioridad intelectual, y a causa de esto perdió definitivamente su inicial y prometedora frescura. La depresión en que quedaron sumidos los escritores más jóvenes después de la intervención de Vila-Matas halló su compensación en el vino venezolano de  

Schseisse

  que bebieron durante la cena en el otro restaurante visitable de Mérida, La Abadía. (Este restaurante estaba a 180 metros del Paraninfo de la Universidad de Los Andes, pero la ciudad es supuestamente tan peligrosa que hasta el restaurante había que ir en taxi.) Al día siguiente, por fin, la escritora se fue de la ciudad. Antes de salir, realizó el checkout del hotel y el recepcionista que la confundió con una consorte de escritor y le negó una habitación sin insectos la segunda noche, sacó de un cajón los restos de la toalla de manos que la escritora había recortado, y tirado a la basura de su cuarto de baño. Por aquellos restos le cobraron 30€. El recepcionista, por añadidura, tosió mucho contra la cara de la escritora durante el tedioso intercambio de reproches y pago. La camioneta que la trasladó al aeropuerto llegó a El Vigía a la hora misma en que debía salir su vuelo, de modo que todo fue bien y 2 horas más tarde embarcó rumbo a Caracas en un avión pilotado por un prejubilado suicida. La escritora, que posee un carnet de piloto privado, constató todas y cada una de las infracciones que el piloto de Santa Bárbara Airlines cometió a lo largo del vuelo, especialmente en su entrada al circuito de tráfico de Maiquetia y en el aterrizaje desaforado. En el aeropuerto debía trasbordar hacia Porlamar (Isla Margarita), y aunque su vuelo desde Mérida llegó 1 hora después de la hora en que habría despegado su avión de Ravsa hacia la isla, se cumplieron sin prisas los horarios venezolanos, y de madrugada la escritora hizo su entrada en uno de los resorts más caros del Caribe. Esa noche le costó conciliar el sueño porque el recepcionista la recibió en el hotel al grito de:  

“¡¿eZpañola, eh?!!

  Y tuvo que invertir algunas horas en calmar su irritación. Luego se durmió, y dormida se rascó mucho las piernas. Los sucesivos días en la Isla estuvieron bien. Tan pronto como había salido de la protección de la Bienal de Literatura, la escritora había empezado a comprobar cuáles eran los efectos económicos del Chavismo. Antes de cada embarque era obligatorio pagar un suplemento de tasas aeroportuarias. Carísimas. Para el pago no se admitía tarjeta, y se vio obligada a cambiar los 100$ que traía consigo de Norteamérica. El cambio que ofrecían las casas de divisas era de 2 bolívares por dólar; el cambio que ofrecía, solícito y tramposete, cualquier viandante era de 6 bolívares por dólar; y los cambistas profesionales del aeropuerto llegaban a ofrecer hasta 8 bolívares después de un breve regateo. En cualquier caso, el dinero que consiguió se acabó pronto y en cuanto llegó al aeropuerto de Porlamar tuvo que sacar dinero de un cajero, a precio de usura chavista. La extracción bancaria requería su aprendizaje a lo largo de un proceso de prueba y error muy similar al entrenamiento de un videojuego. Las máquinas permitían una dubitación de 1,3 segundos antes de teclear las respuestas inquiridas. Reiteradamente la rendija arrojaba su tarjeta y anulaba la transacción. Las preguntas eran del tipo:  

Dígitos 4 y 6 de su Tarjeta Identificativa

  Al cabo de unos 10 minutos de entrenamiento, la escritora obtuvo su dinero. Al cambio oficial, el resto del viaje le salió a precio nórdico, como si hubiese pasado unos días en Estocolmo, y no en poblachos del Caribe venezolano. Desde su resort de lujo, la escritora se acercó andando a lo largo de la costa a los hoteles cercanos, y durante los paseos siguieron picándole los mosquitos. La discoteca de la playa no dejaba de sonar hasta muy entrada la madrugada, y los tapones de oídos que usaba todas las noches le agrandaron en demasía los orificios de las orejas, con la consecuencia de que, durante un par de días, oyó más de lo normal. Al final de la segunda jornada en Isla Margarita una sospechosa fiebre gripal la acosaba de tal manera que tuvo que vencer su odio hacia el recepcionista xenófobo para pedir una aspirina. Ella tosía, y replicó con una sonora y húmeda  

¡¡¡TOS!!!

  directa a los ojos de aquel hombre cuando éste le dijo:  

“¿La eZpañola quiere una aZpirina?”

  El paraZetamol le aplacó la fiebre. Esa noche la escritora tosió mucho y se rascó mucho las piernas. Aprovechó los días de asueto para conocer en profundidad Isla Margarita. Alquiló un carro que manejó ella misma, y lo hizo pagando por 2 días más de lo que pagó un año antes por una semana de coche cuando recorrió Suecia. Se cuidó de preguntar a nadie por la seguridad general y vial, para evitar que la disuadieran de llevar a la práctica sus excursiones. Lo primero que hizo fue ir al Centro Comercial Sambil, el lugar más recomendado por todas las guías turísticas. Pero Sambil, en el Pampatar, era un mall de  

Schseisse

  y el aire acondicionado le agravó la fiebre. Se percató de que los cánones de belleza venezolanos eran algo desmesurados en lo que se refería a las hembras (La escritora tomó una foto a los inconmensurables pechos de una maniquí). Conoció Santa Ana, La Asunción y el Valle del Espíritu Santo, y tomó algunas fotos que merecieron la pena. En el interior de la Basílica se encontró a una mujer recién parida, con la vía intravenosa y el pijama todavía puestos, que en su delirio fervoroso se había escapado del hospital para presentar a su hijo a la Virgen del Valle. La Basílica es una construcción deslumbrante y está rodeada de  

Schseisse

  En los puestos de alrededor la escritora compró un jugo y con él ingirió un parásito intestinal que le absorbió un buen porcentaje de los alimentos durante varias semanas. La existencia de un problema político en Venezuela se manifestaba de forma nítida masiva aunque discreta: la voz de Chávez o de sus acólitos era retransmitida por todas las emisoras de radio, y el mensaje de que Globovisión, la televisión no chavista  

no informa, enferma

le quedó claro, porque lo leyó en las paredes de muchos edificios, grandes y pequeños, en todas y cada una de las poblaciones por las que pasó. Para el segundo día de excursiones, el tercero en la isla, dejó la visita a Juangriego, ciudad portuaria con un histórico fortín de  

Schseisse

  y la visita a la mini-península de Macanao. Recorrió en una barcaza la Laguna del Parque Nacional de la Restinga en un paseo desmesuradamente caro, soso y feo. El conductor de la barca no asimilaba el acento español de la escritora a su propia lengua, y la habló por señas. Luego fue a Punta Arenas con la firme intención de contemplar el atardecer pero se encontró con que la mejor playa de la Isla era una  

MEGASchseisse

 

(La escritora no hizo fotos en Punta Arenas)

 

y continuó camino hasta Boca de Pozo, donde no vio el atardecer porque de pronto se nubló el día. La escritora había tratado de aguantar la fiebre y el resto de los síntomas gripales durante su estancia en Isla Margarita. Había hecho como si no existieran, y finalmente se rindió a la evidencia de que sufría tal congestión que no tenía sentido del gusto. Perdió el apetito y en el vuelo (5 horas retrasado) de vuelta a Caracas se sintió desfallecer. El precio descomunal del taxi que la sacaría del aeropuerto de Caracas la obligó a sacar más dinero de un cajero (y tuvo que reentrenarse para lograrlo), y eso estimuló tanto su producción de mala bilis que cogió su teléfono móvil y simuló una llamada telefónica a una supuesta amiga, conversación cuya réplica propia grabó en su teléfono. Con su supuesta amiga reflexionó acerca de las consecuencias de la política monetaria del gobierno venezolano. Compartió con ella su teoría de que Chávez había puesto en práctica con escrupulosidad y mimo un manual sobre cómo corromper la economía de un país. El hecho de fijar un cambio exterior de la moneda que no reflejase el valor real y la prohibición a los venezolanos de comprar divisas para evitar la salida de capitales, había obligado a los propietarios de las grandes fortunas a hacer en primera instancia  

Money Laundering

  (que era el delito por el que había cumplido dos años de cárcel Rafael Ramírez, el hombre con el que había compartido el vuelo desde Atlanta), y más adelante a emigrar a países vecinos, especialmente a Colombia. Los capitalistas habían escapado del país, dejando la capacidad para las grandes inversiones en las manos únicas del Estado. El desfase entre el valor real del bolívar y su equivalencia ficticia había causado otros efectos: había hundido el poder adquisitivo de todos los ciudadanos y había anulado el comercio exterior privado. Como además el petróleo era un monopolio del Estado, y éste exportaba los barriles a cambio de dólares, las monedas, venezolana y extranjera, estaban en manos gubernamentales. En Venezuela, donde todos los funcionarios estaban obligados a vestir la camisa roja del Partido Socialista Unido, había una confusión absoluta entre Ideología e Instituciones, entre Partido y Estado. Además había aumentado de manera espeluznante la criminalidad en el país. Sólo durante el anterior fin de semana 54 personas habían sido asesinadas por arma de fuego en Caracas, en su mayoría hombres (también la inmensa mayoría de los 13000 muertos de esa ciudad en el 2008 también habían sido hombres). Ese incremento de la violencia extrema era una consecuencia de la salida de las FARC de la sierra colombiana hacia la sierra vecina. Un informe del Congreso de los EE.UU. había calificado de  

Narcoestado

  a Venezuela. Ahora era Venezuela el máximo exportador de drogas de todo el continente americano. Eso constituía una fuente adicional de dólares en un país necesitado de moneda extranjera para afrontar sin peligro las importaciones, sin las cuales el gobierno populista de Chávez se vería en grave riesgo de revuelta popular. Cuando la escritora hubo terminado de charlar con su amiga, la taxista le comentó que lo que había dicho por teléfono era  

“correcto, parece tener su lógica: los terratenientes se han ido del país”.

  La escritora se dio cuenta de que la taxista vestía una camisa roja tres tallas mayor de lo que le correspondía. Durante aquel trayecto entre el aeropuerto y el hotel de Caracas la escritora se intoxicó con los bencenos de la pésima combustión de los motores que ensuciaban el tráfico. Mientras se rascaba las piernas, preguntó a la taxista si era obligatorio que los carros de cierta antigüedad pasaran una  

“inspección técnica de vehículos que vigilase sobre todo el estado del motor”

  y por respuesta recibió un cortante  

“Sí”.

  Luego   preguntó por la costumbre venezolana de arrancar las matrículas y los cinturones de seguridad a los carros, y la conductora chavista se rió hacia el interior de su garganta de muy mala gana. Al llegar al hotel la escritora no pudo negociar el precio del paseo y pagó la tarifa máxima, al mínimo cambio (unos 90€). Caminó por el único barrio seguro de Caracas, Las Mercedes, en un radio de 200 metros a la redonda; durmió hasta las 5 de la madrugada; y regresó al aeropuerto. Allí se quedó sin plaza en su vuelo a Atlanta, vendida por overbooking. Del vuelo de las 8 fue transferida al de American Airlines a Miami, a las 11. Del de las 11 fue transferida, por overbooking, al siguiente de American a las 15 horas, pero sin garantía de acceso al vuelo, por overbooking de nuevo. Logró embarcar en dicho vuelo gracias a su iniciativa de localizar a un trabajador de la compañía de su billete original, Delta Airlines, en los sótanos del aeropuerto, y de no soltarle hasta que éste hubo pedido por favor al encargado de American que  

“permitiese embarcar a la eZpañola, ji, ji, ji, ji”

  La escritora, o su equipaje, fueron registrados en 4 ocasiones antes de salir rumbo a Norteamérica. Varones de la Guardia Nacional, de la Policía venezolana, de las Autoridades Aeroportuarias y de nuevo de la Guarda Nacional, la escrutaron y rompieron, ya en la bodega del avión, la cerradura de su maleta. También aquel vuelo internacional salió con retraso, con 3 horas de retraso, que fueron las que le hicieron perder el vuelo de conexión a Washington, y tener que dormitar en el suelo del aeropuerto 6 horas hasta, por fin, embarcar hacia su penúltimo destino. Una vez en Washington, pasó por su casa de madrugada, cambió de maletas, y regresó al aeropuerto rumbo a Santander, con escala en Madrid, donde se incorporó a la Reunión anual de Directores del Instituto Cervantes. Tras 3 días sin sueño, con la Gripe A enseñoreada en su cuerpo, las piernas agujereadas de picaduras y una tenia en el instestino, la escritora tuvo que reprimir la tendencia a delirar que había adquirido su cerebro febril. Aguantó en las reuniones 2 días, cubriéndose para toser y lavándose las manos durante 20 segundos con abundante jabón a la mínima oportunidad. Cuando ya el viaje parecía llegar a su fin, y hacía cola junto con los 78 directores del Cervantes para saludar personalmente a los príncipes de Asturias, un encargado de Protocolo le preguntó si se encontraba bien, y de dónde venía:  

"De Venezuela"

  luego le miró la tarjeta identificativa que colgaba de su cuello:  

"Directora del I.C. de Estocolmo"

 

El señor de Protocolo se ausentó por 2 minutos, y cuando la escritora sólo tenía por delante 7 directores para estrechar la mano de los príncipes le gritaron:  

“¡Estocolmo!”

  y la sacaron de la fila, la llevaron al hospital, le diagnosticaron la Gripe A, la cubrieron con una mascarilla y la metieron en un avión de regreso a Madrid. Para cuando se recuperó de la Gripe, la escritora recibió la visita de su abuelo (el pirata) y de sus padres, a quienes mostró el texto que había publicado en el Diario El Nacional, antes de su llegada a Venezuela. Reflexionó en voz alta:  

“Venezuela es atrás. En el tiempo, y en el espacio...”

Y con alivio, acerca de su último viaje, se puso a escribir.  


[1] De corpore insepulto, con el rostro lleno de barba de tres días, sucio como un viudo reciente, la novela perdida entre las sábanas, yo mismo, de corpore insepulto, recibí por la tarde al que me mata. Venía con el cuerpo presente, fatigado de ganarse mi pan. Desde la puerta, ojeando el periódico, me dijo: "Hoy debería asesinarte un poco". (Juan José Millás, en http://poeticamentecorrecto.blogspot.com/2007/06/juan-jos-millsde-corpore-insepulto.html)
[2] Del poema Debree:   La sangre que me ha salpicado: La sangre que me va a salpicar y todavía no me ha salpicado.   La que salpico yo y me salpican – (limpia o no. Metálica y fluida.)   Sin voluntad moral... todos los errores: (... que se verifican a la vista del esfuerzo invertido en simularlos)   El hambre, sea cual sea, de mi vientre. La paz que me reporta asirme al deseo, que es raro y abstracto; la negación   de unas horas privadas de inter-cambio interrumpido; el cuerpo accidental, que vibra y se me aleja.   Todas las enfermedades venéreas que se pueden contraer o contraje. Mis toses de escorbuto y el carraspeo anual de mi garganta.   La historia que se entrega en folletín, y se repite púdicamente. Tampoco enseña.   Su torre y la mía – la tuya, que lees: su torre y la tuya, la mía.   El paralelepípedo trunco. El tsunami de insectos y de presos.   La fobia a despegarme del suelo si es más allá del salto. La náusea y la sed: La sed y la náusea, que van juntas.   La falsedad del posesivo y la verdad irrefutable del indeterminado.   Mi escuela y mis cantos y mi voz reseca y mi padre encallado y mi abuelita muerta: el infarto susodicho.   La invasión de los sucesos colectivos que me implican y me asaltan. El buen menú de luto y la arcada en simetría y paritaria.   La sangre intoxicada de pudor. La herida inconclusa. La herida de todos que no duele                     de nadie.   La niebla imantada sin radares, el cuerpo-brújula al caer en un abismo: la presión barométrica, la caja torácica aplastada   al azar. La sed de aire. La lengua apuntada. La campanilla morada, y luego negra. La pupila que rezuma la hipótesis vegetal. El fuego.   Los saltos exteriores o interiores. El balcón volador. El cuerpo legendario. Halcones de mármol.   El impacto, cómo no.   Debree   Los seis mil coitos que llevo sobre mis ingles, con sus cardenales y sus marcas.   La celebración de mi hermano: decir lo que él diría. Callar cuando él callaba.   La impotencia ante mi madre.   El mercado en el que lloré como Raskolnikov todas las omisiones de mi voluntad: Las miradas de agradecimiento, las canciones de redención.   La voladura incontrolada de la dichosa melancolía: porque mucho se ha perdido, y eso es malo.     Aunque me vaya librando de mí a cada punto y coma;   liberando de mi ansia en cada punto.   Debree

 

En estos momentos de aguda crisis económica el Gobierno busca vías alternativas para la financiación de los organismos e instituciones que vertebran el Estado. Aparte de lo que recauda por imposición fiscal, el Estado percibe beneficios de las empresas públicas, y si bien España tiene en el Español un patrimonio cultural de valor incalculable, nuestro Instituto Cervantes no sólo no está sacando partido del mismo, sino que su actividad constituye un agujero de gasto desorbitado y creciente de dinero público.

No debería ser así porque la situación de preeminencia del Español en el mundo es comparable a la del Inglés, y el nuestro el más antiguo y rico de los países hispanohablantes. Con un reciente Premio Nobel, y hablado ya por 500 millones de personas, el Español es la segunda lengua más hablada y la tercera más usada en Internet. Más de 14 millones de personas estudian nuestro idioma y se estima que dentro de cuarenta años el 10% de la población mundial lo hablará.

Con similares propósitos a los del British Council (BC), en el año 1991 se fundó el Instituto Cervantes; tras casi veinte años de expansión por 42 países, con unos movimientos demográficos que han favorecido enormemente al Español, la institución dista mucho de parecerse a su homóloga inglesa. Frente al millón de exámenes de inglés que administra el British, y el medio millón de estudiantes matriculados en sus centros en el exterior, el Cervantes solamente administra 50.000 Diplomas Oficiales de Español y tiene menos de 130.000 alumnos matriculados en sus cursos presenciales. Si se tiene en cuenta toda la actividad académica del Instituto, apenas el 1,6% de esos 14 millones de personas que estudian Español tiene relación con el Instituto Cervantes.

Por otro lado, el BC es la institución que el Gobierno Británico designa para coordinar las relaciones culturales internacionales del país, mientras que en el caso del Gobierno Español ese cometido está distribuido farragosamente entre las Embajadas, el Instituto Cervantes, la Sociedad Estatal de Acción Cultural y las Consejerías de Educación. Ni que decir tiene que semejante caos competencial entre los Ministerios de Exteriores, Cultura y Educación provoca duplicidades y penosas disputas entre los agentes que nos representan en el exterior. Además, el Cervantes asume como misión la de promocionar los patrimonios culturales de los países hispanoamericanos (bajo ningún concepto se ocupa el British de culturas anglosajonas que no sean la británica), algo que a menudo sus embajadas consideran una intromisión de corte colonialista.

Si ni en lo cuantitativo (alumnos) ni en lo cualitativo (promoción de la Cultura) son comparables el British y el Cervantes, mucho menos lo son en lo presupuestario. El Cervantes depende del dinero asignado cada año en los Presupuestos Generales del Estado (en el 2009 le otorgaron 102,4 millones de euros; en el 2012, 97,2 millones), pero no aporta ningún ingreso neto pues cuanto recibe lo gasta. Por su parte, tal y como se lee en su informe, el BC manejó el año pasado 554 millones de libras, de los cuales tan solo 189 provenían del Gobierno Británico, el 34% del presupuesto total.

¿Sería posible que 1€ invertido por el Estado Español en el Cervantes produjese un retorno de 2,5€, como ocurre con el British? Para ello, la institución debería seguir una filosofía de captación de ingresos privados en el exterior, aunque hoy por hoy la actividad del Cervantes gira en torno al gasto público. El resultado paradójico es que pese a que el Español crece de forma exponencial, los ingresos del Cervantes decrecen. Existe entre la ciudadanía la creencia errada de que el Cervantes “gana mucho dinero”, cuando lo cierto es que lo que gasta supera con creces lo que obtiene.

Los centros en el extranjero están dotados de una estructura híbrida con dos presupuestos, uno Administrativo y otro Comercial. El Presupuesto Administrativo se destina al mantenimiento inmueble y a los salarios del personal fijo, y el Comercial a la actividad “empresarial” del centro; esta actividad consiste en que los Profesores de Español (filólogos en su mayoría) intentan vender cursos y diplomas de Español, y en que los Gestores Culturales gastan los ingresos obtenidos en la promoción de la Cultura española e hispanoamericana.

¿Cuál es la solución por la que los dos últimos directores del Cervantes vienen optando para resolver una gestión que colapsa, cuando su presupuesto sufre los preceptivos recortes? En primer lugar, cerrar centros “fallidos”, como el de la paradisíaca y turística Florianópolis (Brasil), inaugurado de forma costosísima en la segunda mitad de 2008. También optan por subordinar centros a otros más grandes, como el de la lejana, desértica y mexicanizada Albuquerque (EE.UU.) Adicionalmente, paralizan o eufemísticamente “posponen” las obras de acondicionamiento de centros abiertos, como el de la paupérrima Dakar (Senegal).

En segundo lugar, y dado que entre los recursos humanos de los centros no se cuenta con la figura clave de un Director Comercial (con conocimiento del mercado local y con capacidad para adaptar los precios a la demanda concreta de cada país), ya en 2010 Carmen Caffarel decidió reconvertir a los Directores (gente del ámbito de las Humanidades por lo general) en vendedores, y para ello les impuso el seguimiento de un breve curso online sobre Búsqueda de Patrocinios impartido por el hoy procesado Diego Torres, socio de Urdangarín.

En tercer lugar, la iniciativa estrella ha venido siendo el Círculo de Amigos del Instituto Cervantes, que pretende convertir a nuestras grandes empresas en benefactoras del Instituto, patrocinadoras de la “marca España” (sic). A juzgar por su página web, vacía de contenidos y prácticamente intacta desde su ya lejano lanzamiento, la suerte no le ha acompañado en su propósito de captación de ingresos.

¿Es de extrañar la escasa capacidad de convocatoria del Cervantes? Sin un buen posicionamiento como actor internacional es imposible que el Cervantes pueda generar sinergias de alto nivel con el entorno empresarial. Al tiempo que empresas como BP, HSBC, Ernst and Young o Vodaphone encuentran en el British un colaborador fuerte, experimentado e influyente en el panorama internacional, el Cervantes ofrece talleres infantiles, descuentos en sus publicaciones (¿a quién que no sea profesor le interesaría comprar un Plan Curricular?) y la atención turística con que los Directores de los centros pueden obsequiar a los directivos de las grandes empresas… Tanto la ingenuidad como el grado de inmadurez de la iniciativa resultan sonrojantes.

Sin función específica dentro de la acción exterior del Estado, con problemas de ubicación estratégica y con gravísimos fallos estructurales en su diseño administrativo, el Cervantes es incapaz de entender y atender el potencial económico del Español. Para que fuera rentable e influyente, el Instituto debería tener intereses de alcance global en lo estratégico y económicos en lo local. Por ejemplo, debería apostar por la apertura de centros en lugares donde la enseñanza del Español represente un negocio seguro. Según declaraciones del anterior responsable del Cervantes de Nueva York “la presencia del IC en las grandes ciudades norteamericanas tendría asegurado el éxito de alumnos”; no obstante, en EE.UU. hay únicamente dos centros y, según parece, así seguirá siendo…

No se trata sólo de que el Instituto Cervantes sea rentable; de la rapidez con la que el Gobierno emprenda acciones de reestructuración en la institución dependerá en gran medida la calidad expresiva del Español hablado por ese 10% de la población mundial en el 2050. Urge por tanto, articular un Instituto ágil, susceptible de asistir al idioma en su expansión mundial y de satisfacer su demanda creciente. El Español bien lo vale.